Me pasó por porfiada: estos son los chascarros capilares de mi vida
Errar es humano, dicen por ahí y como me auto-denomino una ‘inquieta capilar’ he probado muchos estilos, no todos con éxito, evidentemente. A mis 37 años, he metido las patas varias veces con mis looks y aprendí dos cosas fundamentales: 1. No te creas tú la peluquera y 2. Tú no sabes más que un estilista. ¿Hice caso a lo aprendido? Más o menos, por eso escribo esta columna, para que tú NO-LO-HAGAS. Es por tu bien, te prometo.
Tenía 18 años cuando me puse una tintura de farmacia que estaba muy de moda. A la luz del sol se veía una tonalidad violeta, pero en la sombra, permanecía castaño. La cosa es que a mí nunca me ha gustado cómo me veo con el pelo oscuro, entonces a poco andar me fui a una peluquería cualquiera a hacerme mechas y se me olvidó decir que me había aplicado ese producto. ¡Quedé NARANJA! Así que me fui a la farmacia, ¡otra vez! Y me compré una tintura rubia…. ¡QUEDÉ PEOR! Amarilla, amarilla, amarilla…. Y era tarde así que no había más alternativa que dormir e ir a la universidad al día siguiente. Me hice un moño bien apretado pensando que pasaría desapercibida, pero aun así mis compañeros se dieron cuenta y me decían ‘Olga Primera’ (por el Circo de las Montini, una teleserie que daban ese año). ¿Qué creen que hice? ¡Partí otra vez rumbo a la farmacia! Ya sé, porfiaaada la Taurito y esta vez, para ’no fallar’ me compré negro azulado. Ay, yo les prometo que no sé qué me pasaba por la cabeza en ese momento. La cosa es que ¡UN AÑO Y MEDIO! es lo que demoré en quitármelo, me lo cortaba cada dos meses y tuve que pasar por varios procesos de decoloración. De aquí aprendí que hay que pensárselo muy bien antes de tinturarse de color negro y más importante aún, a nunca más hacerme cosas en casa y lo cumplí sagradamente hasta el 2019… Ya les contaré de aquello.
Pero antes, recuerdo otro error de coloración que permanece hasta hoy, porque está plasmado en la foto de mi carnet de identidad (cada vez que la miro, me río). A este chascarro le tengo cariño, porque implica un compromiso de amistad con una gran amiga mía, Fran, quién ese día empezó a salir con quién hoy es su marido. Resulta que yo quería ser rubia tipo Shakira rock star en Laundry Service, con raíz y todo, y me planté en la peluquería que iba siempre en esos años. “Déjame rubia, rubia, rubia con un montón de raíz” dije yo. “Colu, no te va a gustar, déjame hacerte algo con más textura y algunas mechas”, me sugirió Marco, mi estilista de esos años que me cuidaba el pelo como oro.
Por supuesto que hice caso omiso a su recomendación y aunque él insistió mucho, porfiada yo, seguí adelante con mi idea. El resultado fue nefasto. “TE LO DIJE” me repetía Marco y después de aleccionarme sobre quién era el estilista me fui a casa con la cola entre las piernas, pues al otro día iba a volver a primera hora para que me lo arreglaran. No contaba yo con que mi amiga me iba a llamar para que la acompañara a bailar, porque iba a ir el tipo que le gustaba. Yo, depresión capilar a cuestas, la hice jurar que me iba a acompañar a la peluquería al día siguiente, y me planté un tomate bien apretado (ya ven que es mi solución para todo), me pinté la boca y salí a darlo todo en la pista. Figurábamos ella, yo y otra amiga más en la peluquería a las 10 de la mañana del día siguiente, yo con anteojos de sol con la cabeza embetunada de tintura, muriendo lentamente de la resaca tremenda que tenía, a punta de café, agua y pancitos que llevó la Fran. La salida había sido un éxito y celebrábamos la vuelta de mi pelo a la vida con risas y mi peluquero que se gozó toda la noche que le contamos. ¿La lección? El estilista sabe lo que hace, créele.
Dos años atrás yo estaba con el corazón roto así que no encontré nada mejor que hacerme un tratamiento hidratante con color… ROJO. De aburrida, de ansiosa, de triste… Miré a huevo el pigmento, pensando que no quedaría tan fuerte. ¡Error! Quedé cual Shakira en Ojos Así en el ´98 y no, no duró una semana… Estuve más de un mes con la ‘cabeza colorá’ y no hubo caso que me gustara. Recibí piropos sí, pero no me sentía a gusto. El rojo chiquillas, chiquillos y chiquilles es un color difícil de quitar. Así que antes de entrar de lleno en los decolorantes lo mejor es dejar que se desvanezca un poco, para no dañar tanto el pelo y después, deberán matizar al menos dos veces seguidas para que agarre bien el tonalizante.
Tengo muuuuchas más historias de fracaso con mi pelo, pero voy a terminar con un error por desconocimiento, que me ocurrió en plena pandemia el año pasado. Yo estaba usando mucho aceite de almendras para nutrir mis rulitos y debo reconocer que funciona bastante bien, pero ¡OJO! NO es un producto diseñado para recibir calor. Y lo descubrí de la peor manera. Me quise planchar los mechones cercanos a la raíz para bajar el frizz de la raíz y al empezar por el frente sentí un ruido extraño, no le di mucha importancia y me hice una cola, pero al soltarme el pelo me di cuenta que me lo había quemado. ¡Me rosticé los mechones frontales desde su crecimiento hasta la mitad! Y también se chamuscaron mis puntas (porque también las había planchado). ¡Depresión capilar otra vez! Al fin tenía el pelo del largo que quería y la única solución era cortarlo. Lo bueno es que me aventuré con un french bob con flequillo y la verdad es que con los rulos se veía espectacular. Pero me demoré tres meses en eliminar por completo la chasquilla que seguía quemada. Mi aprendizaje es que SIEMPRE te asegures de que tus productos de styling sean aptos para utilizar herramientas de calor.
Como ven, de los errores se aprende y también nos reímos. Son parte de nuestra historia y en mi caso, marcan etapas muy puntuales en mi vida que atesoro con cariño. Eso sí, espero que camino a los 40 no siga metiendo las patas tan a fondo.